1. CRONOGRAMA

2. NUEVAS FRONTERAS,
VIEJAS MIRADAS
Por: El observador
observado

No es casual que el meridiano de Greenwich (o lo que es lo mismo el meridiano 0º) cruce Inglaterra y Francia, y no China e India. Los mapas, por tanto, sirven para hacer visibles esas heridas de la tierra que son las fronteras. Marcan claramente desde dónde y hasta dónde llega un territorio, una ciudad, un país, un continente... Son la representación de barreras imperceptibles a simple vista pero tan reales como los restos del muro de Berlín, la muralla china o el muro levantado por Marruecos en el Sáhara Occidental.
Actualmente se las presupone inamovibles e inmutables, aunque sean absolutamente invisibles y tan excluyentes como las políticas de inmigración del país que contienen. Porque a un nivel simbólico, estar dentro o fuera de la frontera de un país (nacer a un lado de la línea invisible o al otro) marca la existencia de mujeres y hombres, limitando su libre deambular por el mundo (no es lo mismo nacer en Tijuana que en Texas, o querer entrar en Francia siendo senegalesa que querer entrar en Senegal siendo francesa.)
A un nivel más local, los mapas también sirven para ordenar las ciudades. Muestran el diseño de las calles, indicando por dónde se puede caminar y por dónde no, dónde hay u

Suponen una nueva ordenación del territorio, un nuevo mapa para las ciudadanas queda diseñado tras la consecución de esta pericia tecnológica. Un trazado basado en el control, la disciplina, la obediencia y el miedo. Se elaboran fronteras simbólicas y espacios de incertidumbre que limitan la actuación mujeres y hombres, al igual que las invisibles fronteras que dividen las naciones.
Las ciudadanas se encuentran ante la duda de estar siendo observadas. El miedo a cometer una infracción que quede registrada, a las represalias, a no actuar de la manera esperada, o la incomodidad de sentirse vigilada, hacen que se discipline el comportamiento mientras queda limitada la libertad de acción y la capacidad de revuelta. El poder de la mirada del vigilante ejerce un control difícilmente eludible por las observadas. Una mirada que busca dominar y disciplinar, y que actualiza el mismo deseo de control y poder de la primera mirada colonialista.

///////////////////////////////
3. TESTIMONIOS
“SU CÁMARA Y YO”
Por: Todo me
pasa a mí


///////////////////////////////
4. THE FREE DESIGN
El © de la letra original
en inglés es de L. Sadier
y el video lo pueden ver aquí

¿Dónde quedó olvidado hace cientos de años?
Extraer(lo) de la profundidad no es sino un ocaso.
El paraíso es escaso bajo esta luz que no brillará.
¿Cuál es nuestra tarea terrenal sino (conseguir) un diseño digno?
Unos lo pusieron a la vista: pudo haber sido dispersado.
Están listos para luchar bajo un impagable presentimiento.
La petición está aquí, lista para ser desenterrada.
¿Qué más podemos hacer sino recuperar el proyecto?
Nuestro diseño terrenal: ¿Podemos ser tan objetivos?
¿Qué aplasta nuestro deseo de no permanecer atrapados?
Cuando las altas esferas nos dicen qué hacer y qué no hacer:
todo el mundo asiente demandado más veto.


5. GEOGRAFÍA


LO SUBJETIVO
Por: El paseante
incansable
La posibilidad de disfrutar de uno de los más interesantes y reconfortantes placeres que ofrece la vida urbana, aparece muchas veces como algo ajeno o absurdo a nosotros. Conlleva perder adrede el valioso tiempo de unx, en pos de obtener una experiencia agradable, estética y vital. La delicia de la que estamos hablando no es otra que la de pasear por la ciudad: ir a la deriva por calles y rincones de sobra conocidos o explorando y descubriendo lugares nuevos. Lugares que en un principio (a una determinada edad, por llevar una determinada vida) pasan desapercibidos. Un edificio, una plaza, una vista, un parque, una avenida… reaparecen a la vista del paseante en forma de novedoso disfrute. Los paseos no sólo nos ayudan a conocer nuestra ciudad, situarnos en ella, orientarnos y aprender a movernos por sus calles y avenidas, sino que además sirven para configurar otro mapa: un mapa mental, compuesto de sensaciones, experiencias, (re)encuentros, recuerdos y vivencias asociados a aquellos lugares visitados, vividos. Este nivel, derivado de la propia experiencia subjetiva posee, indudablemente, una relevancia mayor que la que proporciona el puro aprendizaje utilitario del mapa físico; carga aquellos lugares de connotaciones y significados que quedan igualmente grabados en la memoria sensible del paseante. Encuentros fortuitos, conversaciones con extraños, acciones cotidianas… como espectador o como protagonista. La mente del caminante crea, fija y recupera.
Recupera experiencias pasadas, recuerdos y hechos acontecidos que quedan vinculados inevitablemente a ese lugar, aunque lamentablemente la práctica de la pura cotidianeidad ayude a “neutralizar” la capacidad sorpresiva de los espacios. Los monótonos “paseos” diarios de obligado cumplimento (la marcha al trabajo
o al centro de estudios, o la realización de cualquiera de las prácticas cotidianas impuestas por una vida rutinaria) favorecen que el paseante, poco a poco (y sin darse cuenta, a lo largo del tiempo, de una vida incluso) vaya asimilando y aceptando aquel lugar como familiar, propio, seguro...
En mi particular construcción de un mapa sensible basado en mis paseos por el centro de Madrid, he encontrado lugares realmente bellos y/o agradables que pueden hacer las delicias de los caminantes más avezados: la Plaza de Olavide, la de las Descalzas, la del Conde del Valle de Suchil, la del Dos de Mayo, la de San Ildefonso, la de Lavapiés, el Campo del Moro, el Jardín Botánico (previo pago de dos euros) las calles de Santa Engracia, Manuela Malasaña, Pez, Ave María, Olivar, Cabestreros, San Bernardo (en algunos tramos) Noviciado, Acuerdo, Espíritu Santo, Magdalena, las inmediaciones del Cine Doré, el Templo de Debod, el Paseo de la Florida, el de las Delicias, el del Prado (y concretamente la nueva explanada verde frente al museo) la Ribera de curtidores, la Puerta de Toledo, la Carrera de San Francisco… Por supuesto que son muchos más los espacios, las calles, las vistas, que se han ido incorporando a mi mapa de lugares, y en consecuencia de sensaciones (y muchos más los que iré añadiendo). Espacios que forman ya parte de mi “radio de acción” como ciudadano. Lugares que volveré a visitar, donde llevaré a mis conocidxs o donde me los encontraré. Lugares algunos no especialmente bonitos, o quizá no estrictamente, cuya situación en mi particular cartografía sensitiva viene determinada por la vivencia que en él se dio, más que por su nivel estético. De este modo se generan redes que parten de lo individual o de lo colectivo

Esas experiencias ayudan al paseante a familiarizarse con el entorno (orientarse) pero también a situarse, relacionarse y vincularse empáticamente con el mismo. Estos vínculos ayudan a que esos espacios sean vistos como lugares accesibles y cotidianos. La cara opuesta de este “fenómeno” se encuentra en aquellos lugares que generan rechazo: (en mi caso) la Plaza de Castilla, la de Santa Ana, la de España por la parte que da a la Calle de la Princesa, el intercambiador de autobuses de Avenida de América y el de Moncloa y alrededores, el parque del Oeste, la Plaza de los Cubos, la de Canalejas, la glorieta de San Bernardo, los bajos de Argüelles, la Avenida de Pablo Iglesias, los centros comerciales en general, los ministerios (los nuevos y los viejos), las comisarías, la plaza de toros de las Ventas, la Avenida del General Perón, el estadio Santiago Bernabéu y alrededores, algunos tramos de la calle Serrano y Velázquez, la calle Príncipe, grandes tramos del paseo de la Castellana, la estación de Atocha y en menor medida la de Chamartín, la explanada frente al Reina Sofia… lugares donde no apetece quedarse, donde unx no sabe si es por su explícita condición de lugares de paso, bien por su calidad estética o bien por su carga simbólica, pero la realidad (subjetiva) es que empujan a este paseante a salir cuanto antes de allí o a permanecer incómodo. Lugares para el desencuentro, la duda, la prisa o la carrera.
En este hipotético mapa de malas vibraciones, otros lugares también podrían ser situados. Quedarían señalizados aquellos lugares asociados a experiencias reales del paseante: escenarios de discusiones, enfrentamientos entre amigxs o amantes, entre desconocidxs, rupturas amorosas, torpes caídas, resbalones… pero también situaciones especialmente significativas, que por su impacto visual, por atentar contra nuestra integridad física y/o moral o porque pusieran en peligro nuestras pertenencias y propiedades, queden fijadas en nuestra memoria: atracos con violencia, amenazas, asaltos, reyertas, intimidaciones y, en el peor de los casos, agresiones sexuales… situaciones acontecidas en espacios que no nos gustará volver a transitar. Lugares y experiencias q

¿Por qué parece que son las pocas (o las inexistentes) experiencias traumáticas y la percepción negativa que se tiene del espacio público las que dominan nuestra posición frente a él? ¿Por qué tenemos la sensación de que ese espacio común resulta cada vez más inaccesible? ¿Acaso no es propiedad de todxs lxs ciudanxos? ¿Cuándo y por qué se instala la percepción de inseguridad y miedo en lxs ciudadanxs? ¿Realmente hace falta una experiencia traumática para que el espacio público (en particular o en general) sea apreciado como un lugar peligroso? ¿En qué momento se ha convertido en un espacio para el miedo que hace falta vigilar?
A la inmovilidad que puede llegar a instalarse en nuestras vidas a causa de la sensación de inseguridad y del miedo (un análisis en profundidad sobre qué lo genera, de dónde viene, por qué aparece o cómo combatirlo, serían cuestiones a tratar en otro lugar) hay que añadir las persuasivas estrategias y medidas del Estado y los organismos que detentan el poder (empresas, medios de comunicación de masas etc.)Al mismo tiempo que nos ofrece una sociedad basada en el bienestar y la seguridad, se está fomentado una sociedad basada en el miedo. A fuerza de insistir en él, la desconfianza crece en lxs ciudadanxs, que temen cada día más por su integridad, sus bienes y propiedades. Así, “el otro” (encarnado en la figura del atracador, el yonqui, el simple desconocido o el inmigrante) aparece como una amenaza de la que hay que protegerse. Desde esta lógica se tienen en cuenta sólo unos miedos concretos: los del varón occidental de clase media. Esto hace que, como apunta la abogada feminista María Naredo, en ningún momento se tengan en cuenta los “otros” miedos: los de lxs inmigrantes, las mujeres, lxs ciudadnxs de sectores más desfavorecidos, lxs trabajadorxs del sexo, lxs ancianxs o lxs jóvenes.
Se unifican miedos y las medidas contra ellos; se fomentan, magnifican y construyen en gran medida a través de los medios de comunicación y de la industria del entretenimiento. Y se aplican medidas no consensuadas entre todxs lxs ciudadanxs. Estas políticas del miedo y sistemas de control social apelan a lo más sagrado de nuestra sociedad (los bienes materiales) para obligarnos a permanecer en nuestros ámbitos privados (hogar, trabajo) el mayor tiempo posible. O en su moderna encarnación: las ciudades dormitorio. Entornos alejados y aislados, poblados de casas unifamiliares donde no hay contacto entre lxs habitantes, sitiados por cadenas y enormes centros comerciales (lugares donde poder consumir sin miedo en un entorno video vigilado protegido por la seguridad privada). Y no tan lejos: lugares tradicionalmente concebidos como lugares para el encuentro y las relaciones sociales (como las plazas, los parques) son transformados en cementerios de hormigón sin árboles que protejan del sol, ni bancos donde poder sentarse (especialmente diseñados para ahuyentar mendigos, como la plaza de Tirso de Molina, la de Cabestreros o la de Santo Domingo) Lugares donde no apetece quedarse: de paso, desiertos. También ayuda (y mucho) la sesgada información proporcionada por los medios de comunicación, que en su afán por ofrecer noticias impactantes consiguen generar mayor alarma social. O la excesiva presencia policial (que no hace sino aumentar la sensación de peligro). Pero una sociedad que fomenta e impone el problema, también impone la solución. La soci

Qué duda cabe de que la colocación de una cámara “habla” de ese lugar: lo señaliza e identifica a partir de ese momento como lugar peligroso del que hay que cuidarse. ¿Por qué si no habría de ser vigilado? Muchxs son los que alaban y reclaman esta medida para sus barrios y comunidades. Aparentemente ésta aparece como la solución definitiva a los males y miedos derivados de la delincuencia o la prostitución: ¿A qué delincuente se le ocurriría actuar delante del atento objetivo de una cámara? Es fácil pensar que actuará en aquel lugar donde no haya un registro visual de sus movimientos. La solución a esto es bien sencilla: colocar una nueva cámara en aquel lugar donde antes faltaba. Esto puede realizarse sucesivamente hasta acabar distribuyendo cámaras por todo el tejido urbano. No cabe ninguna duda de que a cambio de la implantación de esta medida lxs ciudadanxs ganamos algo: (percepción de) seguridad. Tampoco es difícil pensar que esta medida resulte inofensiva a los ojos de lxs ciudadanxs. Hay mucho que ganar en calidad de vida y nada que perder. La inocua medida no altera nuestro día a día aunque nuestras acciones cotidianas vayan a quedar registradas 24 horas al día, 365 días al año. ¿Qué se puede temer de una media que sólo presenta ventajas para todxs?
“Si uno no hace nada malo, ¿Qué miedo puede tener?”
Esta declaración, extraída de un foro de discusión sobre videovigilancia en el espacio público (madridmemata.es/2009/07/sonrie-te-estan-grabando/ ) proporciona un punto de vista compartido por la inmensa mayoría de ciudadanxs. Ilustra a un amplio sector de la población que no se posiciona críticamente frente a esta medida. Que no se siente afectadx. Lo más característico del debate acerca de la videovigilancia en el espacio público es que no hay debate. En el momento en que asumamos que esta paternalista medida no es otra cosa que un parche que traslada un problema sin darle solución, podremos empezar a identificar otras consecuencias reales derivadas de su implantación.
Uno de los principales peligros de la presencia de las cámaras en el espacio público es la

¿Acaso no estamos sacrificando nuestra cotidianeidad y espontaneidad (y por tanto parte de nuestra libertad y subjetividad) a cambio de una falsa percepción y sensación de seguridad? ¿No se criminaliza así a todxs lxs ciudadanxs por igual? ¿No es esta la penúltima medida represiva y de control social impuesta desde el poder sin un mínimo de cuestionamiento crítico? ¿No están las videocámaras señalizando nuevos espacios del miedo, ambiguos y extraños?
La inmovilidad generada por el miedo a las posibles represalias ante la realización de un acto ilegal (tales como beber una lata de cerveza en la calle o pintar un graffiti) corre el riesgo de instalarse con la misma naturalidad con la que se aceptan las videocámaras. Lxs ciudadanxs (miedosos) preferimos sacrificar nuestra implícita y necesaria capacidad de acción, a cambio de sentir seguridad. Lxs ciudadnxs deberían ganar la confianza perdida en el espacio público.ganar. Si obviamos el asunto de la criminalidad (competencia de las autoridades) encontraremos otras acciones y otras conductas que quizá no queramos que sean filmadas o que tengan un testigo oculto.
Estas acciones se enmarcan en la pura cotidianidad del día a día de la vida en la calle (tales como ir a comprar el pan) pero pueden incluir otro tipo de acciones: artísticas, políticas o subversivas. La presencia de ese elemento extraño diseñado con la explícita intención de que pase desapercibido al paseante (aunque deba ser señalizada) influye inevitablemente en el devenir de la vida en la calle.
Dar un beso en la mejilla o durante diez minutos, hacer una caricia, tener una discusión con tu pareja o un encuentro sexual fortuito, cometer una infidelidad, dar un paseo en soledad o de la mano, una carrera, un graffiti, pegar una pegatina o un cartel, hacer una manifestación (¿no queda ya nada por lo que protestar?), leer un manifiesto con un megáfono, pasear al perro, desmayarse, reír, llorar… todas estas cosas, que pueden ser vistas como lejanas o parecer insignificantes y tontas, son las que configuran nuestra existencia.
Algunas de ellas se enmarcan claramente dentro del ámbito público y otras en el privado, pero si lo pensamos, muchas de ellas se encuentran a caballo entre ambos. Como consecuencia, se rompe o al menos se cuestiona, la estricta dicotomía existente entre lo público y lo privado, donde los bordes y límites no quedan del todo dibujados: no parece tarea sencilla levantar una frontera. Cómo nos relacionamos con los demás, qué hacemos en nuestro día a día, por qué protestamos y por qué no y de qué manera… todas las acciones que llevamos a cabo dibujan y construyen nuestro mapa de sensaciones y relaciones personales mientras contribuyen a generar y expandir el tejido social. Por todo ello tenemos derecho a que la calle, el espacio público, siga perteneciendo a las personas que lo hacen posible y real.
¿Cómo es esto posible? Habitándolo, viviéndolo. Vivir bajo un espejismo de seguridad no hace sino generar más inseguridad. Ver más coartada la libertad de acción no es sino un fracaso más de los ciudadanxs obedientes y un logro más para las autoridades. Un veto suplicado por el miedo. Un trazado nuevo, distinto, extraño: un mapa subjetivo de Madrid, impuesto.
